Soporta con una sonrisa el peso del apellido Arzak. Lo luce con dignidad, como si fuera la tiara de una princesa, consciente de lo que representa.
Después de prepararse a conciencia, se enfrenta al reto de dirigir uno de los mejores restaurantes del mundo.
Admite sin rubor que se deja llevar por el corazón cuando trabaja, que en ocasiones las ideas le llegan a través de la memoria: el recuerdo de un olor, de un sabor.
Y a partir de ahí empieza a componer un plato, que al principio no es más que un sueño, una ilusión que quiere compartir con los clientes.